Cuadernos de la Luna

Silencios y soledades

Del catálogo de la exposición del mismo título
Sevilla, 2002
jfcp

Hoy podría inventar la más sublime historia
y despertar el asombro de tu mirada inquieta.

Hoy podría contarte
la otra historia del mundo
que acaba donde empieza.
Esa que desconoces.
En la que los ríos son
las lágrimas de la selva,
y el color del arco iris
es la sombra de una estrella.
Que las simas son heridas
horadadas en la tierra
y el huracán un lamento.
Y que las aves no cantan,
que reclaman tu presencia.
Que la creación no es verdad,
que es una falsa leyenda,
que no ha sido concluida
hasta el día de tu existencia.

Hoy te podría contar
una historia extraordinaria,
si quisieras entenderla


Tú, caminando en la orilla.

Y yo a la orilla del mar
me vengo a inventar a solas
las olas de tu mirar.

Tú, en la orilla.

Y yo a la orilla
hoy te he venido a buscar.
Ay, dolor de la distancia.
De orilla a orilla está el mar.


La distancia
del beso estremecido.
La piel ausente.

Y la mirada.
Aliento que nutre
otra mirada.

Inaprensible reflejo,
hoy más presente
en cada nueva ventana
abierta de la estancia.


 

Soñemos, nuevamente,
el amor que tanto amábamos.
Reconstruyamos beso a beso
los besos de su boca,
las huellas de sus manos.

Pintemos, nuevamente,
como un mar infinito
de cabello ondulado.
Y amémosla de nuevo,
como nunca —bien lo sabes—
habíamos amado.

 

El mar, como un recuerdo amanecido,
me ha inundado de golpe esta mañana,
bañando cada poro de mi alma
con la luz desalada del olvido.

Y de nuevo otra huella se ha fundido
en nuestra orilla, ahogada por las aguas
de la mar —ausente olvido—
que olvidaste acallar tan de mañana.

Hoy de nuevo la mar, como un recuerdo,
ha aromado de sal un beso nuevo
y ha bañado de ausencia una mirada.


Y logré olvidar la mar
... y tú tu llanto.
¿O acaso no has olvidado?

¿Y nuestros sueños nuevos,
y los interminables juegos
jugados bajo el árbol?
Aquél que ayer plantamos
y hoy se viste de nubes,
de tan alto
—.

¿Aún duele tanto en tí aquel dolor
que no has perdonado?


Si tuviese el poder
de acotar el silencio
y anular los sonidos
que ensombrecen y ocultan
al primer verbo.

Si tuviese el poder
de acallar todo el miedo
que deviene inasible
la luz que en la mirada
se deshace en destellos.

Si tuviese el poder
de reavivar el sueño.
Me dormiría en tus labios
... y detendría el tiempo.


El corazón, a veces, se resiste
a entregarse al descanso
y se empecina
en cercar con el sueño tu morada.
Y se obstina, insistente, en la tarea
de recordar tu cara.

Empeño inútil del corazón cansado
que no puede, siquiera, recordar
la luz de tu mirada.
El corazón, a veces, se resiste
hasta que la fatiga al fin lo hace rendirse
cuando despierta el alba.

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